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domingo, 5 de julio de 2015

Un mundo en ocasiones utópico (4)

Nerina 

Nerina, era una muchachita maravillosa, solidaria, que compartía de sus encantos a cuantos hombres conocía, su rostro cual muñeca de porcelana, daba a notar rasgos definidos y firmes, ojos oscuros, grandes y penetrantes, piel blanca como la leche y cabello lacio, largo hasta por debajo de los glúteos, aunque con mala fama de "puta" —como la llamaban— Nerina decía que eran sus celos por no poseer tanto amor como ella, la gente decía que cobraba por sus dotes de belleza pero en realidad a Nerina sólo le agradaba recibir amor y no dinero.
Un día que Nerina iba por la masa con la señora Cuca, por el camino encontrose con Marco, él la saludo amablemente con una mirada lujuriosa, Nerina días antes escuchó a su hermana Celinda decir que era un mujeriego despreciable, esto le bastó a Nerina para seguir a Marco, y cuando menos lo esperó, ambos yacían semidesnudos en un cuarto solitario en venta del señor Armando.
Al llegar a casa con la masa envuelta en un trapo, su madre tomaba del cabello a Celinda, y con la otra mano cargaba el cuchillo cerca de su cuello, Nerina trató de explicar a su madre su tardanza y que se apaciguara, la madre acercaba cada vez más el cuchillo al cuello de Celinda; Gardenia tenía en brazos a Zinia y la apretaba contra su pecho, llorando y gritando plegarias de misericordia para Celinda, su madre sentó a Celinda de golpe, tomó la mano de Nerina y colocándole el cuchillo en la mano dijo «córtala de un gajo, córtale el pulgar para que sea más inútil, mátala si puedes», Nerina tomó el cuchillo, Celinda forcejeaba con su madre y suplicaba a Nerina que no lo hiciera, Nerina decidida arrojó el cuchillo al suelo y con delicadeza puso sus manos sobre las de su madre, agarró sus muñecas y sin esfuerzo Celinda quedó libre de las garras de la bruja de la lluvia. 
Nerina amaba a su madre, sin embargo al igual que Celinda, sufría el mismo infierno día con día, a sus dieciséis años Nerina tenía problemas lumbares y una rodilla lesionada, sus amantes preguntaban acerca de los daños y Nerina para fugarse de las entrevistas les besaba fugazmente. Todas las aventuras que tenía las contaba a su hermana Celinda, y en aquella que protagonizaba Ella y Marco no fue la excepción. Nerina entendía que Marco no era del agrado de Celinda, pero su reacción fue diferente, no como un desprecio hacía él, sino más bien como un rostro decepcionado, decaído, casi triste. Nerina poco a poco lo fue comprendiendo, Celinda caía en la capilla del amor por Marco, entendía ahora aquellos versos de amor que le recitaba por las noches, aquellos cuentos de amor correspondido que leía para que su pequeña hermana Zinia durmiese plácidamente. Aquello no era más señal que la del amor, un amor que tocaba a la puerta de Celinda pero Nerina lo había ahuyentado, sintió el amargo sabor de la culpa en su boca, tragó saliva para disolverlo pero no lo logró. Después de haberle permanecido el sabor en la boca más de quince días, desesperada comentó con la señora Cuca para aliviar su mal, «Agua de rosas, niña» le dijo, entonces Nerina en una cacerola colocó las rosas, las deshidrató, seguido de eso elaboró una infusión, la tomó de un trago y el sabor amargo desapareció. Nerina había olvidado tirar las rosas, por lo cual al llegar a casa, Celinda hizo pan de caja y lo había cubierto con un caramelo de pétalos de rosas, toda la vecindad había comido del pan, sus hermanas, incluso su madre que por mera casualidad aquel día se comportó de la manera más amorosa posible. Después Nerina preguntó a la señora Cuca si no existía algo malo en que la gente comiese de los pétalos y Cuca no le respondió, pues ella también había comido del pan de Celinda. Los días se tornaron raros, Nerina había perdido un encanto, no sabía cual, pero los hombres ya no la amaban tanto, no había tenido encuentros desde aquel día, y en su corazón sentía un vacío que jamás se había presentado, la soledad la sorprendía y al tratar de lidiar con ella se hundió en la tristeza. Su madre desesperada por el comportamiento de su hija, le daba atole de masa para espesar su agonía. Nerina no podía explicar a su madre su tristeza, mucho menos a su padre, Cuca ya no la escuchaba y Celinda se mantenía ocupada por sus columnas que enviaba a los periódicos para una beca en la universidad, cuando ya no soportó más, acudió a Lorenzo, un hombre de cuarenta años, el vientre pronunciado y dientes astillados y amarillos, siempre insistía a Nerina para que se casaran, pero Nerina pensaba que después ya no habría más amor que el de Lorenzo; ahora que nadie le ofrecía su amor, le rogó con lágrimas a Lorenzo para que fuesen esposos, «sigues muy bonita, tan bonita como nunca pero ya no te quiero» dijo. Y así siguió con cada hombre que le había pedido matrimonio, todos aceptaron su locura de amor por ella pero el amor de pronto ante sus ojos se había desvanecido.