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domingo, 22 de marzo de 2015

Sin presencia (23)

Capitulo 23

Dalia la chica de no más de 25 años me visitaba constantemente, le encantaba en demasía mi café de Castilla, era una muchacha dulce, tan dulce como el piloncillo, o el azúcar morena, su piel era tan blanca pálida, y cuando reía la mejillas se le alternaban rojas, miraba tan peculiarmente que podía fijarme directamente en sus grandes ojos claros, parecía siempre estar nerviosa y cuando servía el café, derramaba un poco por el pulso alterado. Hubo la ocasión en que al tomar una cucharada de azúcar, temblaba tanto que dejó caer la cuchara, se avergonzó tanto que quiso irse de inmediato, si no la hubiese detenido, las visitas por café, terminarían sólo con migajas de galletas en la mesa, el sedimento de los granos de café en la taza y la cuchara del azúcar sobre una servilleta; la sostuve del brazo y ella no quiso mirarme, una lágrima se le escapaba por la mejilla, y la sentía aún más tensa—¿qué sucede, Dalia?—pregunté, tomándola de las manos y con un ademán para que tomase asiento.
—usted no lo entendería—dijo Dalia titubeando y tragándose la saliva.
—¿por qué no lo entendería Dalia?, somos amigos ahora ¿no?.
—lo sé, es por eso que no lo entendería, pasa su vida dedicándole el tiempo a la búsqueda de esa niña, a sus libros, a sus meditaciones, pero cada vez que lo miro, lo noto inalcanzable. 
—Lúbia... Lúbia es su nombre, no la olvides Dalia, pero te he dedicado tiempo, te escucho cada vez que vienes. 
—quiero saber si usted es tan ingenuo como para no saber mis intenciones, ¿no lo entiende?, ¿tengo que insinuar cada vez más?, sé que no soy tan culta, que no soy perfecta, no soy de mundo, no tengo dones para reconocer el arte, pero cuando lo miré me dio la sensación  de algo. 
—Dalia—interrumpí, ella frunció el ceño y dijo alebrestada —¡déjeme terminar!, yo creo en el destino, y Dios lo puso aquí por algo, dicen que la vida de dos amantes esta prescrita, que están unidos desde que nacen, que existe un hilo que parte desde el corazón al meñique y de ahí se enlaza la dicha con tu amor destinado, no diga nada, no tiene por qué, pero míreme, acérquese, ahora cierre sus ojos y relaje sus tensiones– un diminuto momento que hipnotizó los sentidos, tan intimo, obedecí cada palabra, y de pronto su fría piel rozó contra la mía, un ósculo temprano, y poco a poco más apasionado, la tibia saliva que partía de su boca y se disolvía con la mía, y el amor nació entre nosotros, me dejé llevar por la marea de su seducción, un aroma que me hacía permanecer inmóvil y sumiso a sus movimientos, su silueta se dibujaba entre la luz del día, y la amé, la amé por ese ínfimo momento, me sentía vivo, la soledad que Lúbia había dejado sobre mi se disipó, Lúbia pasó de ser lo mejor a nada, y la olvidé como todo el mundo la había olvidado, yo no fui la excepción.
Dalia y yo, cada tercer día, creábamos vapor de amor que se envolvía en el aroma del café y las partículas de la mezcla llegaban a cada una de las ventanas de los habitantes del edificio acuarela, condensándose en pequeñas gotas de sudor, un vigor exorbitante y cubierto de voluptuosidad. 

sábado, 14 de marzo de 2015

A los lectores ...


Aunque pocos pero muy apreciados, me dirijo a ustedes para anunciarles—no sabría decir si buenas o malas porque ciertamente esa dualidad no existe—noticias: primeramente ha de iniciar una historia nueva además de "Sin presencia"; es un escrito en el que he trabajado hace ya seis o siete años—no recuerdo—y aunque lo he mejorado aún queda esa extraña esencia de una mujercita puberta, en el botón a medio abrir de su plenitud como adulto.
"Sin presencia" seguirá su curso, y he de anunciarles "Un mundo en ocasiones utópico", aquella historia que me orilló a mostrarles a ustedes, mis queridos lectores, una porción de mi pasión por escribir. 
Se que he demorado en los capítulos de "Sin presencia" pero sucede que los deberes escolares me aprisionan el tiempo, y por ahora la inspiración de ésta escritora aficionada no fluye como debería, tengo bocetos—por así decirlo—pero la estructura aún no está lista. 
Les deseo la mayor felicidad del mundo, amen al mundo, aprendan cada día y dense el lujo que les da la vida: amar y ser amados.

Con eterno amor DM Aguilar (Último artista) 

lunes, 9 de marzo de 2015

Sin presencia (22)

Capítulo 22

Lúbia, aquella razón por la cual estaba convencido de que el amor existe, que hacía a mi corazón saltar al escuchar su nombre, la persona que siempre esperaba mirar a los ojos, esa hermosa mujercita, no merecía nada parecido, era sólo una niña, y yo un maldito hombre cobarde; maldito por el simple hecho de que las circunstancias me vinieron a arrojar en el peor lugar de todos, en donde habitan los enamorados desdichados, pero no debería culpar a las circunstancias o a mi suerte, sino a mi mismo, por no haber hecho lo necesario para protegerla, estar con ella, y fue culpa mía que el dolor se introdujese ahora en su alma. 

Mi corazón se sentía destrozado, tenía que hallar la manera de encontrarla, y eso ella quería decirme desde siempre, su paradero, tomé la manta, la extendí sobre el suelo y la miré detenidamente. Concentrado en los colores y figuras que la componían, el sonido del teléfono interrumpió mi inspiración, traté de ignorarlo pero cada vez se escuchaba más alto, levante la bocina y una voz con tono dulce y alebrestado enunció las primeras palabras.
—amigo mío, estoy harta de las cartas... Anda y habla, que quiero escuchar tu voz—dijo. 
El corazón colapsado, los nervios erizandose, mi cuerpo no respondía, era un lapso ciertamente onírico, una felicidad habida en mi despertó en ese instante, su voz, esa hermosa voz, si en ese momento ella estuviese  frente mío, haría de lado la ética y los estatus sociales y la besaría desenfrenadamente en los labios, tomándole del cabello, no importaría nada, sólo ella y yo, emanando gotas de amor, aromas que inspirarían una pasión que nadie podría resistirsele, pero aquel encanto bifurcó en la realidad que no demoró ni un segundo para caer sobre mi.
—Si ¿Quién está al habla?.
—No dudaría que me olvidaras. 
—Lúbia... 
—Exactamente querido amigo, iré a la ciudad en algunos días, tengo que resolver asuntos internos, mis compañeros cada día colapsan— Sonaba tan irónica como para tomar en serio sus palabras, hablaba rápido y titubeaba en ocasiones.
—Lo siento Lúbia, pero ¿por qué haces esto?.
—Sigue la plática mi buen amigo, nadie sabe quien eres, mantente sin cuidado. 
—¿Cuándo llegarás?.
—Pronto, en dos semanas. 
—Muy bien, mantente alerta. 
—Siempre estoy alerta.
La llamada terminó, Lúbia tramaba algo, no regresaría, eso me quedaba claro, ella presentía el peligro, la amenaza constante de las consecuencias de sus actos, y sabía remediarlo era una mujer inteligente. 

lunes, 2 de marzo de 2015

Nadie en la nada.


 
"Desperté.... Y el "Tic-tac, tic-tac" de ese maldito aparato penetraba en mis oídos, se reía a carcajadas en mi cara, veía mi miseria de hombre y yo lo percibía, quería que se callara alguna vez, si, ¡que se callara!; me levanté de la cama, con la cara cubierta de sudor, sin equilibrio, solo, sin un alma que dijera suspirando "buenos días", o una voz impetuosa gritando "¡el desayuno!", no, era yo y ese detestable reloj; lavé mi cara y miré mi rostro en el espejo, ¿quién era aquel que se encontraba reflejado?, lo dejé pasar por desapercibido, no había remedio ya, la locura cada día me consumía la razón, ¿qué más quedaba?, aceptarlo.... ¡Aceptarlo!; abrí la regadera y las gotas de agua como carbones ardientes caían sobre mi piel, el dolor me sometía, la ira corría por todo mi cuerpo, tomé una navaja de afeitar y vi como hilos rojos, largos y delgados corrían por la coladera.
Salí del baño dejando detrás mío huellas color carmín, me dirigí a la cocina, tome una espátula y la puse al fuego para después cauterizar la herida. ¡Ah! Si hubiesen visto como la carne ardía y ese aroma, ¡ah que aroma!, no existe mejor sensación que olfatear el alivio después de estar terriblemente herido. Eso, ¡alivio!, esa paz que jamás había sentido antes, ese respiro del ser, mi corazón desaceleró "bum-bum" si, ¡sí! Ese "bum-bum" que da por hecho mi vitalidad. ¡Pero... oye! Estoy pudriéndome por dentro, yo... Yo ya estoy muerto, no existe nada ni nadie quien me salve; pero aquel día, aquel día que parecía ser como los otros, resultó ser el más cautivante de toda mi existencia y tenía que seguir así. ¡Si! Que perdure por siempre. 
El sol radiaba en mis pupilas, sentía su calor por todo mi cuerpo, y ese horrible cielo azul, siempre petulante de sus encantos, me miraba y me dio aquella señal, una señal que al seguirla, la criatura más bella cruzó su mirada con la mía, no había un "Tic-tac, tic-tac" o ese abominable azul, era un momento espléndido y esa sensación de alivio volvió a mí, los labios teñidos de rojo sangre, dejaron asomar brillantes y blancas perlas en hilera, yo sonreí, me sentí feliz, pero como un chispazo desapareció entre la multitud; la busqué minuciosamente, por cada rincón y finalmente recordé que estaba loco.
Día tras día, al marcar las ocho en punto me encontraba en aquel lugar, buscando aquella mirada que se había grabado en mis pensamientos, a pesar de no tener éxito no claudiqué, ¿pasaron meses, años?, yo no sé, pero llegó el día, el día que asumí mi completa locura, por dentro lo sabía, por fuera la angustia me dominaba, odiaba al mundo, ¡lo odiaba! Hacía mucho ruido en mi cabeza, yo gritaba de desesperación; pero seguí esperando, no me importaba nada, sólo quería volverla a ver.
Estaba yo ahí, mirando a cada lado, distintos rostros -a todos los odiaba- pero llego uno en particular, era hilarante su expresión, estaba muy cerca de mi. Me devoraba con su mirada ardiente de alegría; después de un saludo y una hora, yo sabía todo lo que podía pasar por su mente, no me asombraba la manera que tenía ella de ser tan comunicativa pero sí su facilidad de expresarse con un desconocido; camine junto a ella, no paraba de sonreírme; odiaba su felicidad, toda su euforia que emanaba, ¡LO ODIABA! Pero simultáneamente me hacía pensar en eventualidades jamás idealizadas.
El silencio predominaba en aquella sala, de pronto me miró fijamente y se abalanzó sobre mí, me beso en la frente, luego fue beso por beso bajando hasta llegar a mis labios -que sensación tan más horrenda- sólo la maldecía en mi cabeza y deseaba que parara, ¡¿por qué no paraba?! Me fui alejando poco a poco, pero me seguía a donde yo fuese, ¡sólo quería que se detuviera! Sólo quería que se fuera, sólo su cuerpo cayó al suelo, quebrando la botella de vino, y el color escarlata se esparcía a su alrededor, el miedo me corría por la sangre; la levanté, después la traté de ocultar en un baúl vacío, pero el cuerpo frío dejó de ser dócil, fui en busca de un par de sábanas, le envolví cada parte de su cuerpo y la oculte debajo de la cama, no había muerto, su fétido aroma predominaba cada día transcurrido, y su estúpida sonrisa me perseguía a todo momento; le descubrí la cara, el hedor hacía que mis entrañas se estremecieran, y al ver su rostro putrefacto, me percaté de aquella criatura que amé por siete segundos, era ella, sus labios habían perdido ese rojo estridente, sus mejillas estaban cubiertas de moho, y sus ojos estaban apagados e inmóviles, era ella; sólo ella. Lloré con amargura, día y noche con ella en mis brazos, la besaba en los labios, le recitaba la lírica más bella, y al pasar las horas ella finalmente despertó, se levantó de mi regazo y al alejarse, su figura se fue disipando, luego desperté aquí, en esta habitación, donde no hay nada, la luz blanca lesiona mis pupilas, el suelo es frio, estoy inmóvil, estoy en la nada, ahora estoy flotando, ¿Dónde estoy?, tal vez ya estoy muerto pero ella me visita, me aconseja, me arrulla cada noche, me mira dormir y me despierta con besos enardecedores, el alimento cae del cielo, los sorbos de agua mojan mis labios, su amor se acurruca en mi corazón, pero ha perdido su rostro, ha perdido aquella sonrisa ancha, ella ya no es nada, ella no me importa y quiero que me deje libre, no la amo más, creo que la odio y eso me fastidia, la odio como a todo o nada, pero como podría yo despedirme de ella, no lo entendería, ella simplemente se desvanecería a llorar; no, no le tengo miedo, ella es solo un espíritu en el aire, su materia no es real, ella no es real; si, si le tengo miedo, llegará por mí y me atravesará el pecho con su daga de ansiedad, y su mirada dominante se clavará en mis ojos; el mundo se oscurece, me ahogo en un charco de caliente y espeso líquido, ahora yo como ella, soy nada" 
Y así, con el corazón destrozado, sobre el suelo y bañado de sangre, Rubén muere, algunos dicen que el espíritu de su amada lo mató, otros, que ella jamás existió, hemos de dejarle al lector que se someta a su imaginación.