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sábado, 27 de junio de 2015

Sin presencia (26)

Capítulo 26 

Salí desde temprano, el día se notaba perfecto, los rayos de sol calentaban la tierra y un aire fresco se paseaba por mi rostro, las hojas caían de los árboles, y presenciaba el exquisito sonido al pisarlas inertes, pero unos golpecitos interrumpieron el sueño. Abrí la puerta, un muchacho con cabello lacio hasta los hombros, ojos oscuros y piel tostada, me miraba con desesperación, pero no decía nada, presionaba su pecho con las manos y comenzó a llorar, lo tome de los hombros, dije palabras de consuelo, le abracé con delicadeza y se quedó dormido. 
Desperté y el muchacho se encontraba junto a mi, pensativo, cabizbajo, escuchaba su respiración fuerte, y me miró, fijamente a los ojos—tiene que salvarla, usted es el único en quien confía, encuéntrela y sálvela— dijo tartamudeando, se enjugó las lágrimas y continuo—la tienen esos hombres sin corazón, ella lo sabía, me lo dijo, no la pude detener, no la cuidé debidamente, perdón.... ¡Perdón!—y soltó alaridos de dolor, lloraba sin parar, lo tomé del hombro y me mantuve en silencio, en espera de un contexto, ¿a quién debía salvar?,  pero el silencio dominó la habitación, pasamos horas, sin decir palabra alguna, ambos inmóviles, olvidé la rutina, las horas, hasta que obscureció, el levantó la cara y me miró desafiante—¿la salvará?—dijo el muchacho, tenuemente—dígame, quiero dejar de perder el tiempo. Mientras ella... No sé que le estén haciendo.
—no entiendo a qué se refiere, joven—dije cordialmente.
—no lo recuerda—murmuró—¡No lo recuerda!—dijo alebrestado—dígame, señor perfecto, usted es tan perfecto que ha olvidado a la única persona que lo ha encapsulado entre sus pensamientos como la cosa más valiosa, una mujer que no cualquiera, podría poseer su amor, una mujer que mágicamente te envuelve con su mirada y te hace sentir pleno, completo, con el corazón en mano, apasionada y benévola, Lúbia es su nombre, así ha de llamarse, el nombre de la prosperidad, ¿ya la ha recordado?—se mordió el labio y se tronaba los dedos. 
—si la recuerdo y tiene razón, joven, Lúbia era una mujer especial, pero está muerta, Lúbia abandonó el mundo para irse a su segunda vi...
—no, no, ¡no! Ha caido en sus garras, ¡no!, ella vive, pero está en peligro, dejese llevar por el sonido del viento, medite, tome un libro, no caiga en la trampa en la que el mundo cae, no olvide su verdadero objetivo, concéntrese, usted sabe como percibirla. Mire, la tienen los hombres que osan contra nuestra voluntad, aquellos que no les ha de importar más que su poder, la asesinarán, esperando a asesinarnos también a nosotros....
—Lafrén—interrumpí, el muchacho quedó sorprendido, sin saber cómo ni por qué conocía su nombre.
Lafrén fue narrando la desaparición de Lúbia, ella regresaba sabiendo que corría el riesgo de morir u otra cosa, pero arriesgándose para un único propósito, salvar a sus compañeros de Vitam Impendere Vero.
Una semana antes, Ignacio vivía atormentado, miraba a Lúbia y sentía una presión fuerte en el pecho, no lograba dormir, las siestas que concebía se inundaban de malos sueños, dolorosos, recuerdos que había olvidado, decidiendo así quitarse la vida, pero antes escribió una carta—la cual no tengo conocimiento— diciendo que sentía su error y su malicia, él vivía deseando su perdón y que decidía finalmente acabar con su tormento, con objetivo de su misericordia de Lúbia, le advirtió acerca del gobernador Ugalde, que cuidase a los suyos porque aquel hombre los despojaría de toda vida, o aún peor, de su libertad; Ignacio trató de ser sigiloso para colocar la carta en la tienda de Lúbia, pero fue sorprendido por ella misma—¿se te ofrece algo más?—dijo Lúbia, Ignacio pasmado por la voz de Lúbia quedó en silencio—usted me da tristeza, ¿sabe?, una vez alguien me dijo que los delincuentes no tenían corazón, y yo no confiaba en esas palabras, yo seguía con la esperanza de que en ellos aún había un poco de ello, que eran seres humanos como yo y sabían amar como yo, luego conociéndolo, lo supe, usted es un delincuente y ciertamente no tiene corazón, ahora ¿podría yo pedirle un favor?, váyase, deje tranquilo este lugar, déjeme tranquila, váyase tan lejos como pueda, si no, terminaré yo misma con su vida, lo haré sentir, lo haré morirse de desesperación, de sufrimiento, pero lo amo, como a todos los seres del mundo, por lo tanto, no quiero que sufra por mi causa sino por la suya—Lúbia se acercó a Ignacio, tomó sus manos, en ellas colocó un pañuelo, con una botella de destilado de agave, un gotero con extracto de almizcle con hojas de naranjo y un pedazo de pan envuelto en un pedazo de tela. Lúbia al verlo marcharse inspeccionó la tienda, leyó la carta e inmediatamente pensó en la manera más factible de salvar a sus compañeros. 
Lafrén no tenía idea del plan de Lúbia, no entendía el por qué tendría que regresar a la capital y despedirse del río de la chia, de ellos. Él y Lúbia acordaron en llamarse en cuanto ella llegase a la capital, sin embargo la llamada de Lúbia jamás llegó, iba por la mañana, tarde y noche al pueblo más cercano, en la tienda de Don Feriberto pero no consiguió nada. Al pasar ya las dos semanas, Lafrén partió a la capital y fue directamente a contactarme.  

lunes, 22 de junio de 2015

No te percataste de algo, algunas mariposas revoloteaban dentro de mi, las palpitaciones saltaban de mi pecho, te mire, y el corazón inquieto ansiaba aquel momento de sentirte cada vez más cerca. 
Una noche antes te soñé, nos mirábamos fijamente y sentí al amor rodear nuestros cuerpos, nos tomamos de las manos y tu calor abrasó el fuego de mi alma, te acercaste a mi, sentí tu respiración, tu aliento, y tu boca, ¡ah! Dulces besos magníficos oníricos; jamás había encontrado tanto amor en un sólo ser, jamás había desafiado las leyes exactas como la física y flotar, jamás se había desprendido de mi el alma, jamás me sentí más enamorado, más vivo. 
Pero cuando te vi frente a mi, en esta realidad, en esta dimensión en la cual no eres mía, que no soy más que un conocido, que no habrás de dejarme nunca alumbrar tu camino, que jamás he de cubrirte con el amor entero que te tengo, un amor colmado de pasión desenfrenada, de esperanzas y realidades. Y también supe que no era ni un poco parecido a lo que añoras, al deseo exorbitante de poseer el amor de otro, por quien tus ojos emanan un brillo resplandeciente, un brillo que sólo y nada más a ti, te hacen ver más bella. 
Somos tan parecidos, tú escribes de amor a quien ni por un momento ha tenido la decencia de amarte o de menos, mirarte, yo te escribo, cada momento, cada suspiro, cada día, cada noche, cada luna que dibuja tu figura por mi ventana, cada inspiración. Ambos aún creemos en el amor, somos amateur en el arte, atribuimos a éste como lo mejor de nuestra vida, agradecemos las desdichas por darnos una voluntad inexplicable de escribir, amamos cada suceso de la vida, sin embargo jamás hemos de ser dignos para estar juntos. Me enamoré de ti; dicen que inconscientemente, el cosmos nos transmite de su sabiduría, así tu imagen llegó a mi mente, y te pensé desesperadamente, quise verte, quise tenerte en mis brazos, protegerte, pero no estabas, tus palabras dejaron de dirigirse a mi, y me olvidaste, yo te busqué y te encontré, pero ya era demasiado tarde. 
Te observe más lúcida que nunca, más sabia, tu piel iluminaba mi vista, eras la de siempre, aquella mujer que hablaba hasta el cansancio, que carraspeaba la garganta, trémula del frío, atractiva, y entre tanta admiración olvidé e ignoré que en algún momento, este ser había quebrado tu corazón, ¿podría ser perdonado?, si perdonarme implica olvidarnos de éste amor, no me perdones, jamás he de olvidarme del placer continuo de verte y me sorprendas con tu bella presencia. Pero si tan sólo, obtuviera de ti otra oportunidad, que me otorgues un poco de tu vida, nos hablaríamos de amor al oído, conversaríamos de nuestro ideales, fluctuantes en un mar de pensamientos, amándonos para siempre, por siempre. Estoy dispuesto, toma de mi lo que te plazca, déjame sin célula alguna, sólo pido lo que el alma del pescador de Wilde quiere, el corazón, para amarte por siempre.