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jueves, 19 de noviembre de 2015

AVISO

Sé que no he escrito lo suficiente, que parece que este diminuto blog ha sido olvidado, pero no; sucede que ultimamente no he tenido la oportunidad de organizarme, sé que no muchos me leen y no sirve de mucho crear avisos que a nadie le interesan sin embargo esta entrada la hago porque alguien que supongo me conoce en persona o sabe de mi vida personal lo lee y pregunta si mis escritos de enamorados es para alguien en especial. Decido responder aquí y no en aquella otra red social para no perder mi anonimato de escritor; no me considero imprescindible pero habrá gente que lo lea y se interese por mis escritos.
El último escrito está inspirado especialmente en una persona cercana a mi, su nombre queda de más pero solía ser mi mejor amigo y sucede que le agradaba de otra manera diferente a la de un amigo pero dentro de mis cavilaciones pensaba ¿Cómo sería si yo estuviese enamorada de él?. Pero no, no estoy enamorada, en partes si hablo de mi verdadera personalidad pero no me desvivo por su amor. 
A esta persona que hace las preguntas le informo que no es quien piensa y no me encuentro despechada por ahora ser en su vida un poco menos que olvido; tal vez en un principio sentí un poco de pesar por el simple hecho de que éramos (como lo dije en mi escrito) "inseparables" pero el tiempo sigue su curso y son situaciones que no puedes mejorar, simplemente aprendes a no caer. 
PUNTO Y APARTE. 
Sin presencia ya está por terminada, tengo suficientes entradas para todo el mes de diciembre sin embargo son apenas el molde, quiero tallarlos a mano y como diría Tita, "con amor". 
Un mundo en ocasiones utópico, tiene errores terribles, pues como ya lo habia mencionado antes, éste escrito está trabajado desde que yo era mucho más joven y no era tenía la suficiente idea de este arte maravilloso.
Les deseo la mayor felicidad y una hermosa noche. 


domingo, 23 de agosto de 2015

Un mundo en ocasiones utópico (5)

Celinda
Celinda sintió su corazón casi estático, seco, con los labios que se le hacían ceniza, sin parpadear miró a Nerina. No había a quien culpar, Nerina siempre había sido una niña confundida y aunque Celinda trataba de guiarla, finalmente llegó a aceptar la promiscuidad de su hermana; Marco era un mujeriego ¿por qué habría de culparlo por caer en los brazos de su bella hermana?, pero se preguntaba el por qué de su dolor, por qué la decepción, entonces comprendió que aquel regalo de Marco había penetrado en el punto más débil de Celinda, haciéndola confiar en él, creyendo que su nombre lo dibujaba en las ventanas con los dedos, esperándola y obsequiando la poca castidad que poseía, que aunque sea un poco, ella era merecedora del hombre fiel dormido dentro de él, pero no, aquella esperanza se desvaneció, sólo miraba el rostro sonrojado de su hermana, sus manos temblorosas y la imagen de ambos en su mente. Terminó aceptando su desdicha, por las noches los recuerdos de la mirada de Marco cerca de ella, su impresión que le había causado, el sentimiento jamás ideado; ocupaba su mente sin invitación, los trataba de ahuyentar con sus lecturas nocturnas, pero cualquier personaje masculino le recordaba su rostro, y cuando escribía, escribía de amor, de todo el amor, en todas las condiciones, pero jamás las lágrimas brotaron de sus ojos. Celinda estaba seca de todo llanto, había llorado antes lo suficiente como para agotarse las lágrimas, esas gotas de agua salada que se evaporaron en el aire y fueron suficientes para desencadenar una lluvia continua de casi un año, hasta que Celinda aunque dolida, sólo suspiraba y arrugaba la nariz, pero el agua de los lagrimares se agotó y ni si quiera la señora Cuca, sabía de algún remedio para el problema de Celinda. 
El crepúsculo y el amanecer daban a Celinda enorme inspiración, despertaba a las cinco de la mañana para lograr presenciar el amanecer y escribir sin que su madre rompiese con ese único momento de paz; salió con el cabello envuelto en una toalla y se dejó caer en los escalones que llevaban a la azotea de la vecindad, cuando comenzaba a escribir el sonido del zaguán metálico irrumpió en su inspiración, al levantar la vista observó a lo lejos a un muchacho, era limpio y vestía lo suficientemente formal como para tener un oficio de cartero, Celinda se estremeció un poco por el frío mañanero y lo siguió con los ojos, observando cada movimiento que hacía para dejar debajo de las puertas la correspondencia, era ágil con su trabajo, tanto que no tardo ni dos minutos con su enmienda, cuando atravesó la puerta para irse, dio la vuelta y la miró, Celinda apenada desvió su mirada para no ser percibida y quedó sumergida en sus pensamientos. Cuando miró al cielo, los rayos del sol penetraban en sus pupilas, aquel espectáculo de cada mañana había terminado y simultáneamente con él, su inspiración. 
Cuando recordaba al muchacho sentía ya haberlo visto, o tal vez no, pero sentía una conexión, como si fueran hermanos de sangre o si hubiesen jugado de niños, la realidad era que nada de eso podría ser cierto, Celinda vivió su infancia en una soledad que se le hacía eterna, hasta llegar sus hermanas, tuvo una breve oportunidad de conocer la compañía, que fue siendo menos agradable desde que nació Gardenia.

Sin presencia (27)

Capítulo 27 

El rumor había llegado por todos los rincones, Lúbia era conocida como Analma, había librado la muerte en varias ocasiones y se pensaba que tenía un poder irreconocible ante los ojos comunes de un humano, algo que los escépticos llamaban astucia, los religiosos brujería y los que comprendían a Dios, virtuosa.
Pero Lúbia tampoco comprendía esa capacidad, reconocía que nadie la miraba fijamente, que no existía entre la gente; podía llamar a los colibríes, las flores crecían más alegres a su cuidado, cuando iba al rancho de su abuela, las vacas se embriagaban de emoción con su llegada y los borregos la rodeaban rogando un poco de su cariño; su madre decía que era una niña amante de la naturaleza, que tenía humor para los animales y plantas, pero en realidad Lúbia decía que era su gratitud, que no existía el humor para nada, lo que importaba era agradecer a cada ser por su existencia y su utilidad para la nuestra. 
¿Dónde estaba Lúbia entonces? Si tenía la capacidad de escapar, por qué no lo había hecho, todos ahora estaban enterados de su desaparición, aunque la desconocían, creían en su movimiento, y el pueblo se fue acercando a la idea, ahora los estudiantes eran vitam impendere vero, salían por la calles recordando a la gente que no olvidase a Lúbia, con la esperanza de encontrarla. 
Los reporteros inundaban al río de la chia, el mundo los ignoraba, lo que le orillaba a construir noticias casi falsas de Lúbia y su movimiento, vistiéndolo con las galas del morbo, a algunos les aterraba la idea, a otros con mayor capacidad, entendían a Lúbia, personas sumidas en sus pensamientos se sentían más libres que nunca, ahora el país había despertado y ya no eran llamados "locos". 
Lúbia con la boca seca, adolorida de la espalda y un dolor intenso de cabeza, pensaba cada vez más en su situación, ahora no había escapatoria, ahora ni si quiera podía pasar desapercibida, el hombre que la atormentaba día y noche era astuto, tenía una capacidad de la que nunca imaginó. Trató de liarle los pensamientos con la culpa, pero era un hombre de piedra, sin sentimiento alguno, era muy propio al hablar pero violento, limpio y seguro, ya parecía no estar trabajado para alguien sino para si mismo, para su satisfacción de saber que tenía en sus manos la vida de alguien que podría aliviar la agonía del mundo. Los días se tornaban más difíciles, el hombre perdía más rápido la paciencia y la golpeaba con mayor dolo, el alimento pasaba por su garganta una vez al día, y sólo descargaba sus necesidades cuando el hombre así lo decidiese. Pero su vitalidad se agotaba, Lúbia estaba convencida del día de su muerte, había claudicado y después de rogar al cosmos un poco de su compasión, una luz brillante entró por la puerta. Alguien la abría lentamente, pero el sueño se disipó, y sólo sintió el agua helada erizando sus vellos, 

El nuevo modo

Iremos a una cita, aunque el término cita se escucha con aire extrangero, digamos que veré a alguien, es un alguien maravilloso, casi la pieza perfecta que encaja conmigo, es tan parecido a un cuento, somos inseparables, casi como hermanos y es tan bella la vida a su lado, podría decir que los momentos que le sostengo la mirada me estremece; no es educado, mucho menos atento, es un poco perezoso y la critica—destructiva—es su pan de cada día. Aunque no me encuentro conforme con ciertos gestos o actitudes que toma, me es agradable, se pasan de repente con algunas otras cosas bellas que tiene. Siento en ocasiones que es arrogante, presuntuoso y falto de sentido común, pero es bueno conmigo; me da buenos consejos—aunque jamás los sigo—me alienta a mis metas, me dice en lo que fallo. Tal vez no significa que sea descortés sino que es demasiado honesto. No me interesa, lo que importa es este secreto: creo que me he enamorado.
Ahora ya no importa, de hecho me gusta, éste es mi modo, el modo en que, a pesar de que no estamos destinados soy feliz, que aunque escuche de sus nuevas conquistas me alegra—creo que ya les he comentado en otra ocasión—me es indiferente que no me quiera como yo a él; además que, como dijeron alguna vez "el amor se basa en pensar que somos amados", Y como soy rebelde de la filosofía de vida de otras personas, opino que yo amo porque quiero, no porque necesite que me amen, es menos complicado. No puedo hurgar en su cabeza y leer el archivo de su relación conmigo.
Y dirán que es un amor imposible por ser su amiga pero no, de hecho estuvo a punto de hacerse realidad pero me fastidio con facilidad y le tengo un amor bello, un amor que no quiero que se acabe hasta que me apetezca, además amo la adrenalina cuando se acerca, y las ansias de besarle ¡Dios mío!, son sensaciones que me hacen ser como soy. 
Me gusta cuando me rechaza, pues me hace escribir mucho mejor que cuando todo va bien; dicen que a las mujeres les gusta la mala vida pero no es que me guste la mala vida sino que más que amarlo a él, amo escribir, leer, escuchar música melosa y tener utopías en mi cabeza que jamás han de desaparecer porque yo las creo. Son utopías en otras dimensiones que de pronto se hacen tan reales que en mis momentos hago lo que quiero cuando quiero. Por ejemplo, si quiero verlo sólo a los ojos, así, nariz contra nariz, frente contra frente, con los ojos bien abiertos, sus manos envueltas en las mías; lo hago hasta cansarme, hasta que concilio el sueño; no podría hacerlo en la vida real, me considerarían loca, y no es porque me importe del todo lo que digan sino que es algo muy personal, algo que en mi mente es maravilloso, es eterno y a mi complacencia. 
Tal vez le he roto el corazón—no lo sospecho, lo hice, él me lo dijo—, pero en esos momentos me encontraba más embelesada por otro ser maravilloso que de él. 
¿Qué si me atraía en ese momento?, sí, bastante, desde el momento que me descubrí en él, lo amé. Pero el otro ser, era igualmente maravilloso, inteligente, bien parecido, pensábamos exactamente igual, pero al recordarlo, al momento en el que hacía mi utopía, a mi mente llegaba una gran amiga; uno no puede crear fantasías con gente que está en compromiso, es irrespetuoso.
He llegado a la cita, llegará tarde, lo sé, tengo la mala costumbre de ser puntual—odio esperar, por lo que evito que me esperen, jamás me ha gustado que la gente pase malos ratos por mi causa—, y que además, lleguen treinta minutos tarde. No importa, puedo leer, aunque creo que no leo con todos mis sentidos porque pienso en el momento que ha de llegar; medito, organizo mis ideas y planeo mis movimientos—no es fácil estar tan cerca de alguien por quien piensas durante las noches, o que hablen de amor y su rostro domine tu mente—, debo ser cautelosa, los impulsos siempre han dominado al hombre, más por amor, y no pienso ni por un momento dejarme llevar por mis instintos, por lo tanto, si se encuentran en la misma situación he aquí una pequeña guía para hacerlo—me sobra tiempo, y estoy inspirada—, amerita un poco de destreza pero no es cosa de sabios.
• Si por algún momento se acerca demasiado, no le evadan, ni mucho menos cambien la vista, mantengan un ritmo, sean naturales, den pasos cortos, digo cortos porque—como ya lo dije—, se debe ser natural al máximo. 
• Si en su opinión, el tema es muy polémico, jamás piensen en evitarlo, éste se debe terminar y llegar a una conclusión, y tampoco den la razón, manténganse firmes a sus encantos. 
• Cuando hablen de amores, eviten que los celos se afloren en su ser, sean indiferentes a su coqueteo con otras personas, en esto si deben asentir en todo y alentar a que no se desanime con su conquista, que sepa que es capaz y además crees enteramente en su habilidad, porque si le quieres, es preciso que se sienta satisfecho(a) consigo mismo(a). 
• No elabores demasiados cumplidos, es incómodo y si quieres permanecer en aquella zona de confort—como amigos—, en la que tu única responsabilidad es dar consejos y apoyarle hasta el final, es mejor que los evites en su mayoría. 
• Si tus ansias te comen el alma, invítale a una actividad con mayor movimiento, así no estará tan cerca y tus pensamientos de enamoradizo se desvanecerán por un momento. 

Por ahora son mis consejos porque ha llegado, lo miro desde lejos y mi corazón palpita desenfrenado, pero me controlo, sólo respiro y continúo, ahora sonrío, él no sonríe y sudo frío, los pies se calientan y tiemblo, pero me controlo, todo se maneja con la respiración, en una frecuencia constante y profunda. 
Me cuenta de sus ultimas vivencias, no tiene muchas pero en su mayoría son de sus nuevos amigos y su afición por la literatura, me es interesante, dejo que se explaye y doy mi opinión, comento un poco de ello y camino, él desea sentarse pero como ya lo dije en uno de los consejos: sentarse no es una alternativa, en esta situación se debe ser dinámico. Pero también amo cumplir sus caprichos, por lo tanto bien podría yo soportar un poco de tranquilidad y relajación, cuando se encuentren en una situación parecida, no se sienten muy cerca—recuerden que los instintos son mortales—, tampoco se alejen demasiado, un espacio sutil, que no se percate que tratan de evitarle. 
Ha terminado el martirio, caminamos, ahora yo hablo de mis crisis existenciales y él escucha con atención, comenta y como es usual, me otorga otro de sus consejos. Lo dice dulcemente, con una elocuencia que siempre admiro, sereno y despacio, muy pocas veces se extasía, pero debe ser un tema doblemente maravilloso. El tiempo pasó efímero, las horas más cortas de la vida, es tiempo de irse y es inevitable. Ahora no quiero, no quiero despedirme, pero él lo desea, está hambriento y es tarde; trato de hacer una plática más amena para que se quede, pero ha terminado, ahora le pido un consejo, ahora ya no hay nada que decir, hemos dicho y hecho todo. Lo veo marcharse, lo llamo para armarme de valor pero recuerdo mi zona de confort, sólo sonrío y le digo adiós. 
A veces me arrepiento pero recuerdo que las relaciones no es una habilidad que yo posea, me aburro, me encelo, me desvivo, invade mi mente, luego lo olvido, la amnesia me arrebata el amor y lo dejo, como un niño que crece y deja abandonados sus juguetes. Jamás soy la indicada, dicen que jamás dejo ver mis sentimientos, que no soy cariñosa, que yo no amo, dudan de mi, de lo que siento, como si yo fuese un hielo, pero no, nadie me conoce. Soy enamoradiza, amo el romance, al amor en todas sus formas, siempre escribo de amor, canto al amor, a su decepción, leo de amor. Sin embargo acepto que el amor no permanece, se queda durante tres meses o uno se acostumbra a las personas. Éste es mi modo. 

martes, 18 de agosto de 2015

Amor a primera vista


¿Amor? ¿Qué es el amor si no es a primera vista?, ese momento aunque efimero, sublime. ¿Acaso amor no son las endorfinas condensadas, moleculas emitiendo un mensage al pensamiento?, entonces ¿qué el amor a primera vista no existe?, y estoy de acuerdo con que el amor se cocina a fuego lento, que se cultiva poco a poco, pendiente de estaciones y el movimiento de la luna, que no puede ser entregado en un instante pero mis queridos lectores, el amor no se crea de un solo modo; existen aquellas criaturas que se enamoran con los oidos, que se entregan por completo por un poco de amor, fuertes pero delicadas, valientes pero indefensas a los ojos de un amante, podrán valerse solas durante el resto de su vida y sin embargo siempre añoran un prospecto soñado, no son exigentes, aquel que por un momento desea el corazón de estas criaturas sólo necesita de unas cuantas cualidades que con el esmero suficiente se obtienen al instante, en cambio otros seres, se desviven por un cuerpo ardiente, un rostro definido, tal vez -y no he de asegurarles nada- en segundo termino toman más en cuenta la actitud o su manera de ser. Aclararé a primera instancia que no he de recomendar del todo al amor a primera vista, este tiene doble cara y una de ellas no es muy grata. 
Pueda ser que el amor se dé en un chispazo o esperar tres días a que este inicie a germinar, pero cuando uno se enamora de chispazo debe comprender desde un principio que el amor espontáneo necesita toda la suerte del mundo, cuando llega el momento de la verdad, cuando has terminado de escalar cada peldaño para llegar a su corazón, y llega un viento tan fuerte que te desvanece y disuelve con el aire, cambiando tu dirección y simultáneamente te rompe el corazón. Pero jamás se ha dicho que el pesimismo sea bueno, o que sea el primer paso a seguir para el éxito, por lo tanto, intenten el amor a primera vista porque en ocasiones es correspondido y además maravilloso. Y si su convicción es hacerlo madurar, que crezca poco a poco y florezca, adelante, déjense envolver para conocerlo mejor, para que estén completamente convencidos de este, y claro, éste modo de amar es un poco más soso y mustio, pero se encuentran con un estado pleno de infinita felicidad.

domingo, 5 de julio de 2015

Un mundo en ocasiones utópico (4)

Nerina 

Nerina, era una muchachita maravillosa, solidaria, que compartía de sus encantos a cuantos hombres conocía, su rostro cual muñeca de porcelana, daba a notar rasgos definidos y firmes, ojos oscuros, grandes y penetrantes, piel blanca como la leche y cabello lacio, largo hasta por debajo de los glúteos, aunque con mala fama de "puta" —como la llamaban— Nerina decía que eran sus celos por no poseer tanto amor como ella, la gente decía que cobraba por sus dotes de belleza pero en realidad a Nerina sólo le agradaba recibir amor y no dinero.
Un día que Nerina iba por la masa con la señora Cuca, por el camino encontrose con Marco, él la saludo amablemente con una mirada lujuriosa, Nerina días antes escuchó a su hermana Celinda decir que era un mujeriego despreciable, esto le bastó a Nerina para seguir a Marco, y cuando menos lo esperó, ambos yacían semidesnudos en un cuarto solitario en venta del señor Armando.
Al llegar a casa con la masa envuelta en un trapo, su madre tomaba del cabello a Celinda, y con la otra mano cargaba el cuchillo cerca de su cuello, Nerina trató de explicar a su madre su tardanza y que se apaciguara, la madre acercaba cada vez más el cuchillo al cuello de Celinda; Gardenia tenía en brazos a Zinia y la apretaba contra su pecho, llorando y gritando plegarias de misericordia para Celinda, su madre sentó a Celinda de golpe, tomó la mano de Nerina y colocándole el cuchillo en la mano dijo «córtala de un gajo, córtale el pulgar para que sea más inútil, mátala si puedes», Nerina tomó el cuchillo, Celinda forcejeaba con su madre y suplicaba a Nerina que no lo hiciera, Nerina decidida arrojó el cuchillo al suelo y con delicadeza puso sus manos sobre las de su madre, agarró sus muñecas y sin esfuerzo Celinda quedó libre de las garras de la bruja de la lluvia. 
Nerina amaba a su madre, sin embargo al igual que Celinda, sufría el mismo infierno día con día, a sus dieciséis años Nerina tenía problemas lumbares y una rodilla lesionada, sus amantes preguntaban acerca de los daños y Nerina para fugarse de las entrevistas les besaba fugazmente. Todas las aventuras que tenía las contaba a su hermana Celinda, y en aquella que protagonizaba Ella y Marco no fue la excepción. Nerina entendía que Marco no era del agrado de Celinda, pero su reacción fue diferente, no como un desprecio hacía él, sino más bien como un rostro decepcionado, decaído, casi triste. Nerina poco a poco lo fue comprendiendo, Celinda caía en la capilla del amor por Marco, entendía ahora aquellos versos de amor que le recitaba por las noches, aquellos cuentos de amor correspondido que leía para que su pequeña hermana Zinia durmiese plácidamente. Aquello no era más señal que la del amor, un amor que tocaba a la puerta de Celinda pero Nerina lo había ahuyentado, sintió el amargo sabor de la culpa en su boca, tragó saliva para disolverlo pero no lo logró. Después de haberle permanecido el sabor en la boca más de quince días, desesperada comentó con la señora Cuca para aliviar su mal, «Agua de rosas, niña» le dijo, entonces Nerina en una cacerola colocó las rosas, las deshidrató, seguido de eso elaboró una infusión, la tomó de un trago y el sabor amargo desapareció. Nerina había olvidado tirar las rosas, por lo cual al llegar a casa, Celinda hizo pan de caja y lo había cubierto con un caramelo de pétalos de rosas, toda la vecindad había comido del pan, sus hermanas, incluso su madre que por mera casualidad aquel día se comportó de la manera más amorosa posible. Después Nerina preguntó a la señora Cuca si no existía algo malo en que la gente comiese de los pétalos y Cuca no le respondió, pues ella también había comido del pan de Celinda. Los días se tornaron raros, Nerina había perdido un encanto, no sabía cual, pero los hombres ya no la amaban tanto, no había tenido encuentros desde aquel día, y en su corazón sentía un vacío que jamás se había presentado, la soledad la sorprendía y al tratar de lidiar con ella se hundió en la tristeza. Su madre desesperada por el comportamiento de su hija, le daba atole de masa para espesar su agonía. Nerina no podía explicar a su madre su tristeza, mucho menos a su padre, Cuca ya no la escuchaba y Celinda se mantenía ocupada por sus columnas que enviaba a los periódicos para una beca en la universidad, cuando ya no soportó más, acudió a Lorenzo, un hombre de cuarenta años, el vientre pronunciado y dientes astillados y amarillos, siempre insistía a Nerina para que se casaran, pero Nerina pensaba que después ya no habría más amor que el de Lorenzo; ahora que nadie le ofrecía su amor, le rogó con lágrimas a Lorenzo para que fuesen esposos, «sigues muy bonita, tan bonita como nunca pero ya no te quiero» dijo. Y así siguió con cada hombre que le había pedido matrimonio, todos aceptaron su locura de amor por ella pero el amor de pronto ante sus ojos se había desvanecido. 

sábado, 27 de junio de 2015

Sin presencia (26)

Capítulo 26 

Salí desde temprano, el día se notaba perfecto, los rayos de sol calentaban la tierra y un aire fresco se paseaba por mi rostro, las hojas caían de los árboles, y presenciaba el exquisito sonido al pisarlas inertes, pero unos golpecitos interrumpieron el sueño. Abrí la puerta, un muchacho con cabello lacio hasta los hombros, ojos oscuros y piel tostada, me miraba con desesperación, pero no decía nada, presionaba su pecho con las manos y comenzó a llorar, lo tome de los hombros, dije palabras de consuelo, le abracé con delicadeza y se quedó dormido. 
Desperté y el muchacho se encontraba junto a mi, pensativo, cabizbajo, escuchaba su respiración fuerte, y me miró, fijamente a los ojos—tiene que salvarla, usted es el único en quien confía, encuéntrela y sálvela— dijo tartamudeando, se enjugó las lágrimas y continuo—la tienen esos hombres sin corazón, ella lo sabía, me lo dijo, no la pude detener, no la cuidé debidamente, perdón.... ¡Perdón!—y soltó alaridos de dolor, lloraba sin parar, lo tomé del hombro y me mantuve en silencio, en espera de un contexto, ¿a quién debía salvar?,  pero el silencio dominó la habitación, pasamos horas, sin decir palabra alguna, ambos inmóviles, olvidé la rutina, las horas, hasta que obscureció, el levantó la cara y me miró desafiante—¿la salvará?—dijo el muchacho, tenuemente—dígame, quiero dejar de perder el tiempo. Mientras ella... No sé que le estén haciendo.
—no entiendo a qué se refiere, joven—dije cordialmente.
—no lo recuerda—murmuró—¡No lo recuerda!—dijo alebrestado—dígame, señor perfecto, usted es tan perfecto que ha olvidado a la única persona que lo ha encapsulado entre sus pensamientos como la cosa más valiosa, una mujer que no cualquiera, podría poseer su amor, una mujer que mágicamente te envuelve con su mirada y te hace sentir pleno, completo, con el corazón en mano, apasionada y benévola, Lúbia es su nombre, así ha de llamarse, el nombre de la prosperidad, ¿ya la ha recordado?—se mordió el labio y se tronaba los dedos. 
—si la recuerdo y tiene razón, joven, Lúbia era una mujer especial, pero está muerta, Lúbia abandonó el mundo para irse a su segunda vi...
—no, no, ¡no! Ha caido en sus garras, ¡no!, ella vive, pero está en peligro, dejese llevar por el sonido del viento, medite, tome un libro, no caiga en la trampa en la que el mundo cae, no olvide su verdadero objetivo, concéntrese, usted sabe como percibirla. Mire, la tienen los hombres que osan contra nuestra voluntad, aquellos que no les ha de importar más que su poder, la asesinarán, esperando a asesinarnos también a nosotros....
—Lafrén—interrumpí, el muchacho quedó sorprendido, sin saber cómo ni por qué conocía su nombre.
Lafrén fue narrando la desaparición de Lúbia, ella regresaba sabiendo que corría el riesgo de morir u otra cosa, pero arriesgándose para un único propósito, salvar a sus compañeros de Vitam Impendere Vero.
Una semana antes, Ignacio vivía atormentado, miraba a Lúbia y sentía una presión fuerte en el pecho, no lograba dormir, las siestas que concebía se inundaban de malos sueños, dolorosos, recuerdos que había olvidado, decidiendo así quitarse la vida, pero antes escribió una carta—la cual no tengo conocimiento— diciendo que sentía su error y su malicia, él vivía deseando su perdón y que decidía finalmente acabar con su tormento, con objetivo de su misericordia de Lúbia, le advirtió acerca del gobernador Ugalde, que cuidase a los suyos porque aquel hombre los despojaría de toda vida, o aún peor, de su libertad; Ignacio trató de ser sigiloso para colocar la carta en la tienda de Lúbia, pero fue sorprendido por ella misma—¿se te ofrece algo más?—dijo Lúbia, Ignacio pasmado por la voz de Lúbia quedó en silencio—usted me da tristeza, ¿sabe?, una vez alguien me dijo que los delincuentes no tenían corazón, y yo no confiaba en esas palabras, yo seguía con la esperanza de que en ellos aún había un poco de ello, que eran seres humanos como yo y sabían amar como yo, luego conociéndolo, lo supe, usted es un delincuente y ciertamente no tiene corazón, ahora ¿podría yo pedirle un favor?, váyase, deje tranquilo este lugar, déjeme tranquila, váyase tan lejos como pueda, si no, terminaré yo misma con su vida, lo haré sentir, lo haré morirse de desesperación, de sufrimiento, pero lo amo, como a todos los seres del mundo, por lo tanto, no quiero que sufra por mi causa sino por la suya—Lúbia se acercó a Ignacio, tomó sus manos, en ellas colocó un pañuelo, con una botella de destilado de agave, un gotero con extracto de almizcle con hojas de naranjo y un pedazo de pan envuelto en un pedazo de tela. Lúbia al verlo marcharse inspeccionó la tienda, leyó la carta e inmediatamente pensó en la manera más factible de salvar a sus compañeros. 
Lafrén no tenía idea del plan de Lúbia, no entendía el por qué tendría que regresar a la capital y despedirse del río de la chia, de ellos. Él y Lúbia acordaron en llamarse en cuanto ella llegase a la capital, sin embargo la llamada de Lúbia jamás llegó, iba por la mañana, tarde y noche al pueblo más cercano, en la tienda de Don Feriberto pero no consiguió nada. Al pasar ya las dos semanas, Lafrén partió a la capital y fue directamente a contactarme.  

lunes, 22 de junio de 2015

No te percataste de algo, algunas mariposas revoloteaban dentro de mi, las palpitaciones saltaban de mi pecho, te mire, y el corazón inquieto ansiaba aquel momento de sentirte cada vez más cerca. 
Una noche antes te soñé, nos mirábamos fijamente y sentí al amor rodear nuestros cuerpos, nos tomamos de las manos y tu calor abrasó el fuego de mi alma, te acercaste a mi, sentí tu respiración, tu aliento, y tu boca, ¡ah! Dulces besos magníficos oníricos; jamás había encontrado tanto amor en un sólo ser, jamás había desafiado las leyes exactas como la física y flotar, jamás se había desprendido de mi el alma, jamás me sentí más enamorado, más vivo. 
Pero cuando te vi frente a mi, en esta realidad, en esta dimensión en la cual no eres mía, que no soy más que un conocido, que no habrás de dejarme nunca alumbrar tu camino, que jamás he de cubrirte con el amor entero que te tengo, un amor colmado de pasión desenfrenada, de esperanzas y realidades. Y también supe que no era ni un poco parecido a lo que añoras, al deseo exorbitante de poseer el amor de otro, por quien tus ojos emanan un brillo resplandeciente, un brillo que sólo y nada más a ti, te hacen ver más bella. 
Somos tan parecidos, tú escribes de amor a quien ni por un momento ha tenido la decencia de amarte o de menos, mirarte, yo te escribo, cada momento, cada suspiro, cada día, cada noche, cada luna que dibuja tu figura por mi ventana, cada inspiración. Ambos aún creemos en el amor, somos amateur en el arte, atribuimos a éste como lo mejor de nuestra vida, agradecemos las desdichas por darnos una voluntad inexplicable de escribir, amamos cada suceso de la vida, sin embargo jamás hemos de ser dignos para estar juntos. Me enamoré de ti; dicen que inconscientemente, el cosmos nos transmite de su sabiduría, así tu imagen llegó a mi mente, y te pensé desesperadamente, quise verte, quise tenerte en mis brazos, protegerte, pero no estabas, tus palabras dejaron de dirigirse a mi, y me olvidaste, yo te busqué y te encontré, pero ya era demasiado tarde. 
Te observe más lúcida que nunca, más sabia, tu piel iluminaba mi vista, eras la de siempre, aquella mujer que hablaba hasta el cansancio, que carraspeaba la garganta, trémula del frío, atractiva, y entre tanta admiración olvidé e ignoré que en algún momento, este ser había quebrado tu corazón, ¿podría ser perdonado?, si perdonarme implica olvidarnos de éste amor, no me perdones, jamás he de olvidarme del placer continuo de verte y me sorprendas con tu bella presencia. Pero si tan sólo, obtuviera de ti otra oportunidad, que me otorgues un poco de tu vida, nos hablaríamos de amor al oído, conversaríamos de nuestro ideales, fluctuantes en un mar de pensamientos, amándonos para siempre, por siempre. Estoy dispuesto, toma de mi lo que te plazca, déjame sin célula alguna, sólo pido lo que el alma del pescador de Wilde quiere, el corazón, para amarte por siempre. 

viernes, 15 de mayo de 2015

Un mundo en ocasiones utópico (3)

Sebastian 
Sebastian que por las mañanas, con su bicicleta de veintinueve pulgadas y tres velocidades, su boina a cuadros y una corbata de broche, iba de puerta en puerta a entregar correspondencia, estudiaba contabilidad en la universidad de la ciudad y adoraba cortar flores para regalarlas a las amas de casa, decía que en cuanto llegaban a ser madres eran como el olvido.
Era un muchacho bien parecido y las muchachas esperaban mirando por la ventana a que llegase su correspondencia, tomar levemente sus manos e intercambiar una pequeña charla, pero Sebastián parecía inherte ante el coqueteo, entre boca y boca se decía que Sebastián tenía gustos no muy comunes, morían de incertidumbre, o se encontraba maldito por un demonio que robaba el cáliz donde cada hombre bebe de amor para después obtener su aroma, un aroma irresistible ante su ideal. 
Jadeante y empapado de sudor, Sebastián tomó el correo a prisa, el velador le hizo un saludo y le guiñó, el gallo había muerto el día anterior y Sebastián no logró despertar a tiempo, entre las cartas que llevaba en el morral, una de ellas con destinatario a Celinda Monreal.
Al deslizar la carta por debajo de la puerta, Celinda la abría con ligereza, para Sebastián fue como un suspiro, sus ojos se encajaron en los de ella, quedó estático por un momento luego miró a Celinda marcharse, como si él no hubiese sido más que un fantasma, invisible, sin ningún rastro de que ella lo haya mirado, desde ese momento supo que esa imagen de aquellos ojos profundos y tristes, quedaría intacta entre sus pensamientos. ¿Tenía que obedecer a sus instintos y seguirla para preguntar su nombre? No, había escuchado a la gente murmurar de la bella Celinda; que era una muchacha sin nada que decir, que hacía paseos largos para no volver, que en su aura se observaba su alma partida, esperanzada de olvidar el dolor y que a pesar de tener la oportunidad de ser feliz, regresaba a su pesadilla de la vida diaria, escuchaba de su madre, la llamaban "la bruja de la lluvia", pero que Celinda era toda una santa, una mártir de la vida, un testigo del la existencia del infierno mismo y aún así la locura no se apoderaba de ella, y que, además, era hermosa como las rosas, los tulipanes o claveles, la viva imagen de su abuela de sangre rusa. No había menor duda, Celinda no era cualquier mujer, ni mucho menos era fácil de tratar, había que ser sutil ante tal pieza de Vermeer. 

viernes, 1 de mayo de 2015

Sin presencia (25)

Capítulo 25

Lúbia bajaba las escaleras del autobús, al alzar la vista su mirada convergió con la de un hombre con tez blanca y cabello negro como el topacio, un escalofrío recorrió su cuerpo, suspiró y siguió su camino, el conductor entregaba las maletas, ella tomó la suya y el hombre se acercaba poco a poco, sigiloso como una sombra apenas percibida, ella trató de correr pero la gente inhibía su trote, esquivando cada cuerpo que se le atravesaba, los nervios le erizaban los vellos, y cuando miró detrás suyo el hombre había desaparecido, verificó el perímetro, se encontró con distintas miradas, pero él no estaba en ninguna, al salir de la estación aguardó un momento para descansar de su pesado equipaje, luego de esto su mundo se tornó oscuro y los músculos dejaron de funcionarle. 

Al despertar, con el cabello mojado y las extremidades atadas a una cama, el hombre de la estación estaba frente suyo, sentado y observándola.
—parece que no eres nada fea. 
Lúbia amordazada no pudo emitir más que un suspiro.
—tranquila, pronto hemos de terminar con tu sufrimiento. ¿Sabes? Me contaron mil historias tuyas, y te creí invencible sin embargo aquí estás, vulnerable, sin que tu poder extraño te ayude, cuéntame ¿qué te hace tan fuerte como para matar a más de unos treinta... no, espera ¿cuantos hombres eran?, no importa, yo te perdono, si tu me ayudas, un favor solamente, responderás mis preguntas y quedarás libre.
Lúbia lo miraba directamente a los ojos, desafiándolo, se tragó el miedo y balbuceó un poco con la pañoleta en la boca, el hombre se levantó y se la quito con cuidado.
—¿estás dispuesta a hablar?—
—si—contestó ella 
—está bien, bienvenida a mis aposentos, aunque no vivo aquí sólo lo uso para cosas sucias, lamento no invitarte a mi casa, es muy bonita, te gustaría. Está bien, cuéntame ¿tu nombre es Lúbia? 
—no— el hombre se levantó y le dio una cachetada sonora 
—mira, no quiero que agotes mi paciencia, trato de ser bueno contigo, se buena conmigo, lo diré de nuev....—
—si supone que el dolor hará que sea y me convierta en otra persona, está bien, haga lo que le plazca, pero no, no soy Lúbia, si supone que voy a admitir lo que sea por evitar un golpe suyo o peor, no lo haré porque no soy Lúbia—interrumpió Lúbia 
—me parece que eres un poco...  Bueno, te daré otra oportunidad, tómate tu tiempo, volveré a preguntar, ¿cuál es tu nombre?.
—¿le servirá de algo saber el nombre de alguien que no necesita?.
—si, la verdad es que no pude haberme equivocado en capturar a la persona que me han descrito, soy bueno en lo que hago, no tienes por qué dudarlo, me costó trabajo encontrarte pero lo hice, tu rostro es un enigma, no podía recordarlo, es como si lo cubrieras con una máscara. Ahora no quiero perder el tiempo, mi jefe me exige respuestas.
—encuéntrelas usted mismo, creo que la manera más fácil que encontró fue atarme y torturarme a lugar de investigar, lo cual pienso que es muy mezquino de su parte. 
—mira que señorita tan sutil para decirme que soy inútil y holgazán.
—yo no dije nada parecido, pero si lo ve así, es porque es un "inútil y holgazán". 
—no quiero recurrir a nada más que palabras, te dejaré un momento a solas para que medites lo que me dirás.
Lúbia se quedó en silencio y con la cabeza baja y sin resistirse se dejó amordazar de nuevo, pensativa trataba de encontrar la manera de escapar de aquella desdicha, un plan, algo que no ameritase más que ingenio. 

domingo, 19 de abril de 2015

Un mundo en ocasiones utópico (2)

Celinda 

La madre de Celinda no soportaba la idea de saber que Celinda era su hija, aunque fuese su madre, el día del parto le atormentaba día con día en sus sueños, cuando la miraba encontraba cierto aire de petulancia y confort, odiaba el azul de sus ojos, recordaba a la madre de su marido, "maldita señora".
Celinda y su madre salieron por un encargo para la cena de navidad, caminaron durante horas, la madre compró el bacalao, las aceitunas y las almendras, compraría los vegetales en el mercado cercano pero llegaron a calles irreconocibles para Celinda, su madre le dio instrucciones para que no la siguiera y se quedara en una de las banquetas esperando a que regresase por ella.
El sol fue deglutido por la noche, la temperatura disminuía y Celinda seguía esperando a su querida madre, decidió irse a casa, las calles eran tan parecidas que Celinda creía sólo estar dando vueltas en círculos, llegó hasta una estación de autobús con luz y aguardó hasta que llegase aquel que la llevase de regreso a casa. Las luces de sus ventanas se encontraban encendidas, desde fuera escuchaba los gritos de la pelea entre sus padres, cuando Celinda tocó con sus nudillos la puerta, su padre corrió en seguida hacia ésta, Celinda estaba detrás, al verla suspiró hondo y la abrazó con fuerza, la madre de Celinda la miraba con más que odio, una ansiedad terrible de querer asesinarla en el momento, de presionar su delgado cuello hasta asfixiarla. Al día siguiente Celinda regresaba de la escuela, había comprado los jitomates para la sopa y los cerillos, su madre sin despegarle la vista se acercó a ella y la tomo fuertemente del cabello, arrastrándola hasta su recamara, tomó el cordón de la plancha, y la laceró hasta cansarse, en silencio, sólo el llanto y las plegarias de Celinda, un dolor profundo sobre la piel; al finalizar, la madre de Celinda se levantó con dificultad "date un chingado baño y haces la sopa, no te tardes". Con los ojos hinchados y el ardor debajo de la ropa Celinda se levantó, con un trapo mojado de agua fría se cubrió las heridas y cuidadosamente se colocó el camisón de dormir sin rozarlas, elaboró la sopa como su madre lo indicó, la sirvió con apio y un puño de queso, su madre había elaborado las chuletas de cerdo con un sazonado de miel y aceite, colocó el agua, el guiso y la sopa sobre una tabla de madera y la envió a su habitación con tono altanero. 
Celinda trataba de dormir pero el lacerado en su cuerpo lo impedía, cuando logró conciliar el sueño, la oscuridad cayó sobre ella, a lo lejos se observaba una esfera de luz que poco a poco crecía, crecía tanto que arrasaba con ella, al despertar el sudor había humedecido su almohada y el corazón le latía rápidamente, Celinda noche tras noche soñaba aquella escena de tormento, de miedo, una escena que sin tener importancia, le temía como a su madre, que a pesar de las atrocidades innumerables contra ella, jamás dejó de amarla, siempre la cuidó hasta el día de su muerte. Durante los días de sangrado de su madre, Celinda lavaba los pañuelos de algodón sangrados, cuando sus hermanos nacieron, obligada a lavar los pañales de manta— sin cloro y con jabón de pasta blanco—y ejecutaba los cuidados requeridos para su desarrollo. 
Su padre que a comparación de su madre, era un hombre amable y adoraba a Celinda, compraba dulces de leche, chocolates y té de lavanda para su querida esposa. Amante de la lectura, compraba libros de pasta acartonada e ilustrados, Perrault, Oscar Wilde, Andersen, Los hermanos Grimm, Chejov, Horacio Quiroga etcétera, Celinda los leía cada vez que su madre salía de casa. Y aunque buen hombre, adoraba el vicio del alcohol como a su propia esposa, tambaleante llegaba a casa cada tercer día, jadeante, cubierto de sudor y con el aroma del anís y el ron en la boca, los alaridos por el vomito resonaba hasta los vecinos, y se quedaba dormido sobre la mesa. Celinda lo amaba en demasía, su padre le compraba buenos libros que ella devoraba con ahínco, adoraba la danza y la oratoria, era una excelente bailarina, su profesor le confesaba que no había nadie con más gracia para bailar que ella, pero jamás podía presentarse en los recitales, los moretones de Celinda eran evidentes en la espalda, y los trajes de tutú le hacían notar las cicatrices de la vida. 
Jamás alguien supo de la miserable vida de Celinda, el infierno que se hacía eterno día con día, su constante tristeza y decepción de ella misma, de saber que su madre en cualquier momento se desataría en su locura y llegase hasta el punto de asesinarla, cubierta su alma de desesperación y amargura, paseaba por las calles deseando vidas ajenas, y ahora se convertía en una mujer, después de desear con ansias aquel momento de bifurcar su camino a dirección opuesta de su madre, ese momento estaba por llegar, y se encontraría con la meta con un extremo sabor a gloria y libertad.

domingo, 5 de abril de 2015

Sin presencia (24)

Capítulo 24

Nos volvimos un par de amantes, Dalia comenzó a amarme y yo también a ella, más que amor al desnudo era cierta gratitud que nos teníamos. 
Nos presentábamos como novio y novia ante el mundo, paseábamos los domingos por la alameda tomados de las manos, bebíamos café en "El cordobés" o en ocasiones comíamos churros con chocolate caliente en "El moro"; ella me enseñaba de costura: bordados y tejidos. Nos besábamos como adolescentes conociendo al amor, pequeños besos dulces sobre los labios, la gente al mirarnos se enternecía y se acercaban a congratular la felicidad. Cada vez que terminábamos el amor, nos recostábamos a escuchar boleros, ella suspiraba y decía que nuestro amor eran boleros de amor, y los boleros tristes eran para los desdichados. 

Dalia cocinaba exquisitamente, sus hermanas decían que Dios le había dado ese don maravilloso, que además de bella, una cocinera espléndida, no usaba recetario sin embargo llamaba constantemente a su abuela por consejos. 
Aquel día que los chiles poblanos se cocían, Dalia estaba por elaborar el "capeado" y buscaba el batidor entre los cajones empero no imaginaba lo que podría encontrar, las cartas que escribía yo para Lúbia, se hallaban debajo de los cubiertos y su sexto sentido de mujer no dejó que la privacidad de aquellos aposentos quedasen intactos. Cada palabra animaba el ardor en su corazón, sangraba del alma, las lágrimas no tardaron en arrojarse sobre el papel, los chiles poblanos ardían entre las brasas y Dalia desapareció de mi vida; tan hermosa, inteligente, maravillosa mujer, que complacía a su merced, dueña de curvas de avispa, piernas regordetas y senos redondos y firmes. Dalia era una mujer que todo hombre desearía, en su rostro reflejaba su juventud florecida, rizos de topacio hasta la cintura y ojos claros como la miel, profundos y seductores; y labios carnosos, rosas como el salmón. 
Usted señor lector se hundiría entre su piel de perla. 
La miré por última vez y no dijo nada, agradeció la felicidad instantánea, no mostró ni un momento un gajo de melancolía o decepción, más que eso, me tenía lástima, me compadecía por estar enamorado de alguien posiblemente inexistente, tan inalcanzable como la estrella más lejana. 

domingo, 22 de marzo de 2015

Sin presencia (23)

Capitulo 23

Dalia la chica de no más de 25 años me visitaba constantemente, le encantaba en demasía mi café de Castilla, era una muchacha dulce, tan dulce como el piloncillo, o el azúcar morena, su piel era tan blanca pálida, y cuando reía la mejillas se le alternaban rojas, miraba tan peculiarmente que podía fijarme directamente en sus grandes ojos claros, parecía siempre estar nerviosa y cuando servía el café, derramaba un poco por el pulso alterado. Hubo la ocasión en que al tomar una cucharada de azúcar, temblaba tanto que dejó caer la cuchara, se avergonzó tanto que quiso irse de inmediato, si no la hubiese detenido, las visitas por café, terminarían sólo con migajas de galletas en la mesa, el sedimento de los granos de café en la taza y la cuchara del azúcar sobre una servilleta; la sostuve del brazo y ella no quiso mirarme, una lágrima se le escapaba por la mejilla, y la sentía aún más tensa—¿qué sucede, Dalia?—pregunté, tomándola de las manos y con un ademán para que tomase asiento.
—usted no lo entendería—dijo Dalia titubeando y tragándose la saliva.
—¿por qué no lo entendería Dalia?, somos amigos ahora ¿no?.
—lo sé, es por eso que no lo entendería, pasa su vida dedicándole el tiempo a la búsqueda de esa niña, a sus libros, a sus meditaciones, pero cada vez que lo miro, lo noto inalcanzable. 
—Lúbia... Lúbia es su nombre, no la olvides Dalia, pero te he dedicado tiempo, te escucho cada vez que vienes. 
—quiero saber si usted es tan ingenuo como para no saber mis intenciones, ¿no lo entiende?, ¿tengo que insinuar cada vez más?, sé que no soy tan culta, que no soy perfecta, no soy de mundo, no tengo dones para reconocer el arte, pero cuando lo miré me dio la sensación  de algo. 
—Dalia—interrumpí, ella frunció el ceño y dijo alebrestada —¡déjeme terminar!, yo creo en el destino, y Dios lo puso aquí por algo, dicen que la vida de dos amantes esta prescrita, que están unidos desde que nacen, que existe un hilo que parte desde el corazón al meñique y de ahí se enlaza la dicha con tu amor destinado, no diga nada, no tiene por qué, pero míreme, acérquese, ahora cierre sus ojos y relaje sus tensiones– un diminuto momento que hipnotizó los sentidos, tan intimo, obedecí cada palabra, y de pronto su fría piel rozó contra la mía, un ósculo temprano, y poco a poco más apasionado, la tibia saliva que partía de su boca y se disolvía con la mía, y el amor nació entre nosotros, me dejé llevar por la marea de su seducción, un aroma que me hacía permanecer inmóvil y sumiso a sus movimientos, su silueta se dibujaba entre la luz del día, y la amé, la amé por ese ínfimo momento, me sentía vivo, la soledad que Lúbia había dejado sobre mi se disipó, Lúbia pasó de ser lo mejor a nada, y la olvidé como todo el mundo la había olvidado, yo no fui la excepción.
Dalia y yo, cada tercer día, creábamos vapor de amor que se envolvía en el aroma del café y las partículas de la mezcla llegaban a cada una de las ventanas de los habitantes del edificio acuarela, condensándose en pequeñas gotas de sudor, un vigor exorbitante y cubierto de voluptuosidad. 

sábado, 14 de marzo de 2015

A los lectores ...


Aunque pocos pero muy apreciados, me dirijo a ustedes para anunciarles—no sabría decir si buenas o malas porque ciertamente esa dualidad no existe—noticias: primeramente ha de iniciar una historia nueva además de "Sin presencia"; es un escrito en el que he trabajado hace ya seis o siete años—no recuerdo—y aunque lo he mejorado aún queda esa extraña esencia de una mujercita puberta, en el botón a medio abrir de su plenitud como adulto.
"Sin presencia" seguirá su curso, y he de anunciarles "Un mundo en ocasiones utópico", aquella historia que me orilló a mostrarles a ustedes, mis queridos lectores, una porción de mi pasión por escribir. 
Se que he demorado en los capítulos de "Sin presencia" pero sucede que los deberes escolares me aprisionan el tiempo, y por ahora la inspiración de ésta escritora aficionada no fluye como debería, tengo bocetos—por así decirlo—pero la estructura aún no está lista. 
Les deseo la mayor felicidad del mundo, amen al mundo, aprendan cada día y dense el lujo que les da la vida: amar y ser amados.

Con eterno amor DM Aguilar (Último artista) 

lunes, 9 de marzo de 2015

Sin presencia (22)

Capítulo 22

Lúbia, aquella razón por la cual estaba convencido de que el amor existe, que hacía a mi corazón saltar al escuchar su nombre, la persona que siempre esperaba mirar a los ojos, esa hermosa mujercita, no merecía nada parecido, era sólo una niña, y yo un maldito hombre cobarde; maldito por el simple hecho de que las circunstancias me vinieron a arrojar en el peor lugar de todos, en donde habitan los enamorados desdichados, pero no debería culpar a las circunstancias o a mi suerte, sino a mi mismo, por no haber hecho lo necesario para protegerla, estar con ella, y fue culpa mía que el dolor se introdujese ahora en su alma. 

Mi corazón se sentía destrozado, tenía que hallar la manera de encontrarla, y eso ella quería decirme desde siempre, su paradero, tomé la manta, la extendí sobre el suelo y la miré detenidamente. Concentrado en los colores y figuras que la componían, el sonido del teléfono interrumpió mi inspiración, traté de ignorarlo pero cada vez se escuchaba más alto, levante la bocina y una voz con tono dulce y alebrestado enunció las primeras palabras.
—amigo mío, estoy harta de las cartas... Anda y habla, que quiero escuchar tu voz—dijo. 
El corazón colapsado, los nervios erizandose, mi cuerpo no respondía, era un lapso ciertamente onírico, una felicidad habida en mi despertó en ese instante, su voz, esa hermosa voz, si en ese momento ella estuviese  frente mío, haría de lado la ética y los estatus sociales y la besaría desenfrenadamente en los labios, tomándole del cabello, no importaría nada, sólo ella y yo, emanando gotas de amor, aromas que inspirarían una pasión que nadie podría resistirsele, pero aquel encanto bifurcó en la realidad que no demoró ni un segundo para caer sobre mi.
—Si ¿Quién está al habla?.
—No dudaría que me olvidaras. 
—Lúbia... 
—Exactamente querido amigo, iré a la ciudad en algunos días, tengo que resolver asuntos internos, mis compañeros cada día colapsan— Sonaba tan irónica como para tomar en serio sus palabras, hablaba rápido y titubeaba en ocasiones.
—Lo siento Lúbia, pero ¿por qué haces esto?.
—Sigue la plática mi buen amigo, nadie sabe quien eres, mantente sin cuidado. 
—¿Cuándo llegarás?.
—Pronto, en dos semanas. 
—Muy bien, mantente alerta. 
—Siempre estoy alerta.
La llamada terminó, Lúbia tramaba algo, no regresaría, eso me quedaba claro, ella presentía el peligro, la amenaza constante de las consecuencias de sus actos, y sabía remediarlo era una mujer inteligente. 

lunes, 2 de marzo de 2015

Nadie en la nada.


 
"Desperté.... Y el "Tic-tac, tic-tac" de ese maldito aparato penetraba en mis oídos, se reía a carcajadas en mi cara, veía mi miseria de hombre y yo lo percibía, quería que se callara alguna vez, si, ¡que se callara!; me levanté de la cama, con la cara cubierta de sudor, sin equilibrio, solo, sin un alma que dijera suspirando "buenos días", o una voz impetuosa gritando "¡el desayuno!", no, era yo y ese detestable reloj; lavé mi cara y miré mi rostro en el espejo, ¿quién era aquel que se encontraba reflejado?, lo dejé pasar por desapercibido, no había remedio ya, la locura cada día me consumía la razón, ¿qué más quedaba?, aceptarlo.... ¡Aceptarlo!; abrí la regadera y las gotas de agua como carbones ardientes caían sobre mi piel, el dolor me sometía, la ira corría por todo mi cuerpo, tomé una navaja de afeitar y vi como hilos rojos, largos y delgados corrían por la coladera.
Salí del baño dejando detrás mío huellas color carmín, me dirigí a la cocina, tome una espátula y la puse al fuego para después cauterizar la herida. ¡Ah! Si hubiesen visto como la carne ardía y ese aroma, ¡ah que aroma!, no existe mejor sensación que olfatear el alivio después de estar terriblemente herido. Eso, ¡alivio!, esa paz que jamás había sentido antes, ese respiro del ser, mi corazón desaceleró "bum-bum" si, ¡sí! Ese "bum-bum" que da por hecho mi vitalidad. ¡Pero... oye! Estoy pudriéndome por dentro, yo... Yo ya estoy muerto, no existe nada ni nadie quien me salve; pero aquel día, aquel día que parecía ser como los otros, resultó ser el más cautivante de toda mi existencia y tenía que seguir así. ¡Si! Que perdure por siempre. 
El sol radiaba en mis pupilas, sentía su calor por todo mi cuerpo, y ese horrible cielo azul, siempre petulante de sus encantos, me miraba y me dio aquella señal, una señal que al seguirla, la criatura más bella cruzó su mirada con la mía, no había un "Tic-tac, tic-tac" o ese abominable azul, era un momento espléndido y esa sensación de alivio volvió a mí, los labios teñidos de rojo sangre, dejaron asomar brillantes y blancas perlas en hilera, yo sonreí, me sentí feliz, pero como un chispazo desapareció entre la multitud; la busqué minuciosamente, por cada rincón y finalmente recordé que estaba loco.
Día tras día, al marcar las ocho en punto me encontraba en aquel lugar, buscando aquella mirada que se había grabado en mis pensamientos, a pesar de no tener éxito no claudiqué, ¿pasaron meses, años?, yo no sé, pero llegó el día, el día que asumí mi completa locura, por dentro lo sabía, por fuera la angustia me dominaba, odiaba al mundo, ¡lo odiaba! Hacía mucho ruido en mi cabeza, yo gritaba de desesperación; pero seguí esperando, no me importaba nada, sólo quería volverla a ver.
Estaba yo ahí, mirando a cada lado, distintos rostros -a todos los odiaba- pero llego uno en particular, era hilarante su expresión, estaba muy cerca de mi. Me devoraba con su mirada ardiente de alegría; después de un saludo y una hora, yo sabía todo lo que podía pasar por su mente, no me asombraba la manera que tenía ella de ser tan comunicativa pero sí su facilidad de expresarse con un desconocido; camine junto a ella, no paraba de sonreírme; odiaba su felicidad, toda su euforia que emanaba, ¡LO ODIABA! Pero simultáneamente me hacía pensar en eventualidades jamás idealizadas.
El silencio predominaba en aquella sala, de pronto me miró fijamente y se abalanzó sobre mí, me beso en la frente, luego fue beso por beso bajando hasta llegar a mis labios -que sensación tan más horrenda- sólo la maldecía en mi cabeza y deseaba que parara, ¡¿por qué no paraba?! Me fui alejando poco a poco, pero me seguía a donde yo fuese, ¡sólo quería que se detuviera! Sólo quería que se fuera, sólo su cuerpo cayó al suelo, quebrando la botella de vino, y el color escarlata se esparcía a su alrededor, el miedo me corría por la sangre; la levanté, después la traté de ocultar en un baúl vacío, pero el cuerpo frío dejó de ser dócil, fui en busca de un par de sábanas, le envolví cada parte de su cuerpo y la oculte debajo de la cama, no había muerto, su fétido aroma predominaba cada día transcurrido, y su estúpida sonrisa me perseguía a todo momento; le descubrí la cara, el hedor hacía que mis entrañas se estremecieran, y al ver su rostro putrefacto, me percaté de aquella criatura que amé por siete segundos, era ella, sus labios habían perdido ese rojo estridente, sus mejillas estaban cubiertas de moho, y sus ojos estaban apagados e inmóviles, era ella; sólo ella. Lloré con amargura, día y noche con ella en mis brazos, la besaba en los labios, le recitaba la lírica más bella, y al pasar las horas ella finalmente despertó, se levantó de mi regazo y al alejarse, su figura se fue disipando, luego desperté aquí, en esta habitación, donde no hay nada, la luz blanca lesiona mis pupilas, el suelo es frio, estoy inmóvil, estoy en la nada, ahora estoy flotando, ¿Dónde estoy?, tal vez ya estoy muerto pero ella me visita, me aconseja, me arrulla cada noche, me mira dormir y me despierta con besos enardecedores, el alimento cae del cielo, los sorbos de agua mojan mis labios, su amor se acurruca en mi corazón, pero ha perdido su rostro, ha perdido aquella sonrisa ancha, ella ya no es nada, ella no me importa y quiero que me deje libre, no la amo más, creo que la odio y eso me fastidia, la odio como a todo o nada, pero como podría yo despedirme de ella, no lo entendería, ella simplemente se desvanecería a llorar; no, no le tengo miedo, ella es solo un espíritu en el aire, su materia no es real, ella no es real; si, si le tengo miedo, llegará por mí y me atravesará el pecho con su daga de ansiedad, y su mirada dominante se clavará en mis ojos; el mundo se oscurece, me ahogo en un charco de caliente y espeso líquido, ahora yo como ella, soy nada" 
Y así, con el corazón destrozado, sobre el suelo y bañado de sangre, Rubén muere, algunos dicen que el espíritu de su amada lo mató, otros, que ella jamás existió, hemos de dejarle al lector que se someta a su imaginación.
 

domingo, 8 de febrero de 2015

Sin presencia (21)

Capítulo 21

Lúbia ponía la ropa a secar cuando a lo lejos se encontraba aquel hombre que en sus sueños le atormentaba, estaba sentado a la orilla del río y parecía estar concentrado en el contante movimiento de éste, Lúbia respiró profundamente y con el cerebro oxigenado planeaba no perder el control cerca de Ignacio, se acercó sigilosamente y se posó a un lado suyo.
—Que bello y enigmático parece el río, tan escandaloso que es y simultáneamente es uno de los sonidos más relajantes.  
 Él la miró sin que Lúbia se percatara, su cabello se alborotaba con el viento y dejaba asomar sus rojas mejillas coloreadas por el intenso calor, un escalofrío le recorrió la espina dorsal "Esta mujer está loca; o no me reconoce o es una maldita masoquista" Se dijo a si mismo, y en silencio se levantó del suelo y desapareció de la vista de Lúbia.

Ignacio observaba a Lúbia frecuentemente, notaba que era una chica tan normal como todas, a excepción de su timidez, cada vez que sus miradas se cruzaban, Lúbia le miraba con ternura. Su parte favorita era cuando Lúbia tendía sus prendas, Ignacio tenía mayor oportunidad de mirarla puesto que ella no se percataba de ello.
—Ni si quiera lo pienses amigo—dijo un muchacho del campamento, Ignacio lo miró por un segundo y seguido retorno la mirada a Lúbia.
—No pierdas el tiempo, lo digo en serio, a Lúbia nadie ni nada la sorprende—insistió el muchacho.
—¿Lúbia es su nombre?—preguntó Ignacio sorprendido.
—Si, ¡oye! ¿Eres nuevo? ¡Claro que si! Bienvenido compañero, es bueno tener nuevos contribuyentes a la causa.
—¿conoces su nombre completo? ¿De dónde viene?.
—¿Lúbia?—Ignacio asintió.
—Lúbia no habla de si misma, es una Coppelia, lo único que hace es suspirar, si quieres saber de ella te deseo la suerte del mundo, a duras penas conseguimos saber su nombre, fue mediante un juego que ella misma hizo. Suerte con tu conquista. 
El chico se apartó y se dirigió a un grupo de muchachos que partían la leña.
A pesar de que Ignacio recordaba aquel suceso, al mirar a Lúbia era un momento de paz, de tranquilidad, inspiraba a que olvidase cualquier error que en algún momento cometió, pero al igual que la velocidad de la luz los peores recuerdos de la vida lo aterraban y bien sabía que Dios no tenía un buen lugar en la llegada de su muerte, su alma rondaría  alrededor del mundo sin saber qué, ni quién es. Perdido en el taedium vitae y estaba convencido de que no era digno de nada, ni de nadie, el amor superaba sus expectativas, se creía destinado a algo más devaluado, carnal, a la voluptuosidad misma, placeres que en corto tiempo olvidaría, ese creía que era su destino, pero Lúbia hizo desaparecer aquellos pensamientos de Ignacio, se preguntaba si aquel latir tan acelerado cuando ella estaba era amor, esa pesadez de saber que se encontraba en la Capilla del amor por su víctima, ¿de qué servía estar enamorado de alguien que pronto tendría que destruir?, ¿soportaría perder aquella primera mujer que había despertado algo más que su sexualidad?, no, no lo valía y tenía que parar, romper con todo lazo que hiciese recordarle su malicia hacia ella, volver a empezar, ¿conquistarla? Jamás, Lúbia no merecía a un hombre parecido más tenía que alejarse, seguir atormentado y pagar las consecuencias por sus actos. 

domingo, 1 de febrero de 2015

Sin presencia (20)

Capítulo 20 



Ignacio Hernandez, trabajó durante el bachillerato en una micro empresa que vendía bicicletas, mantenía al corriente gastos de ésta, estuvo detenido durante algunos años por robo a mano armada en el transporte público, aunque parecía ser un completo inútil, era astuto en extremo, ayudaba a traficantes de drogas y mercenarios para "ocultar evidencias", algo que no habría de servir porque lo único que Ignacio hacía era sobornar a los presentes, un hombre tan lleno de vicios como cualquier ser humano que tenga relación con los asuntos de la mafia, rodeado de hermosas y muy costosas meretrices, consumidor de heroína y prácticamente alcohólico, tenía excelente fama entre los mafiosos y fue cuando Fernando Ugalde —gobernador—, lo llamó para un pequeño trabajo, sabiendo que además de bueno en lo que hacía era un hombre fiel y confidencial.






Estimado señor Ignacio Hernandez:






Solicito enteramente de sus servicios, espero contar con usted, tengo fe de que es un hombre confiable y no ha de fallarme, comuníquese conmigo para aclararle dudas que usted posea. 






Con toda mi gratitud D... 






Fernando Ugalde no era un hombre estúpido, sabía lo que hacía sin embargo todo se le escapó de las manos, alguien le dio a conocer el movimiento de "Vitam impendere vero", no tenía ningún problema hasta que se enteró que era un movimiento silencioso y sin protesta, aquello no tenía ninguna buena pinta, eso terminaría en un mayor escándalo, no podía permitirse a si mismo que aquellos se salieran con la suya, fue entonces que conociendo a aquel hombre, lo enviaría para ser un partícipe más de aquel movimiento.






Al llegar a los adentros de la selva, Ignacio se encontró con una comunidad en tiendas, realmente no tuvo ninguna dificultad para unírseles, sólo se instaló y fue parte del movimiento, realizó cada paso a seguir que Fernando le había dicho, era un espía entre ellos.






El día era enardecedor, partieron de la selva, no entendía el por qué de sus vestimentas con tonalidades del arco iris, los observaba cuidadosamente a cada uno, y analizaba sus expresiones, se cuestionaba a si mismo el por qué habría de sabotearles cuando no eran nada más que un grupo de "hippies" tratando de parar el calentamiento global o crear una ley a favor de los animales, después al mirar al ultimo de la fila vio a una jovencita de no más de 18 años, no era muy agraciada, pero en su rostro podía ver carácter y ternura, jamás había visto a aquella mujercita dentro del campamento, luego dentro de esos segundos lo esperado había llegado, seis camionetas pararon cerca suyo, no lo reconocieron y al igual que los otros lo detuvieron, con las manos atadas y jaloneado por dos hombres, vio a aquella mujercita a lo lejos, como si fuese un espíritu, los cuerpos de todo el mundo parecía atravesarla, y al seguirla con la mirada la muchacha subió a una de las camionetas sin esfuerzo alguno, llegaron cegados a un lugar y todo ocurrió, sólo escuchó la voz de la mujercita e incontables disparos, finalmente se descubrió los ojos y miró a aquella gente tirada sobre el piso y cubierta de sangre, de inmediato buscó a la chica con desesperación, no hallaba explicación alguna para que una chica terminara con casi treinta hombres o más.






Ignacio pasó la noche en uno de los pueblos cerca de ahí, en la primera oportunidad que tuvo, contactó a Fernando.






—Algo resultó mal.


—¿qué demonios? ¿Por qué Isaac no ha confirmado nada?.


—Usted es un idiota, esto no es un juego, estos tipos tienen todo perfectamente planeado, una chica de no más de 20 años, asesinó a cada uno de tus cómplices, estaba cegado y no logré ver como fue que lo hizo.


—¿todos se encuentran muertos?.


—Supongo que algunos huyeron, ésta niña es mayor peligro, debería cuidarse de ella.


—¿una niña? ¿Tengo que temerle a una insignificante niña?.


—Eso es lo que dije, es extraño lo que le digo pero cierto, los asesinó a todos ella sola.


—Encárgate de ella, destrúyela, seguramente de ella se sostienen porque es poderosa.


—¿Cómo? ¿Que quiere exactamente que haga?.


—Supón esto, esta señorita es taimada, salió de su casa, llena de esperanzas, pero no se sabe lo que le espera, es inteligente pero seguramente débil, ¿supones lo que trato de decirte?.


—Espero, la dejo viva pero herida.


—Ahora entiendes mi lengua, no quiero más inconvenientes, mantente comunicado, cada tres o seis días y si es que puedes, investiga su remitente y nombre, envíalo en cuanto puedas.






Ignacio ideaba una manera en la cuál debilitarla y la siguió durante días sin que ella notase su presencia, encontrar una debilidad de la cual sujetarse. La observaba detenidamente y escuchaba los consejos que daba a las muchachas de ahí, también a algunos muchachos, pero ella jamás hablaba de si misma, ¿qué oculta la maldita? Y aunque enamorado de su sutileza, el odio hacia su inocencia y sabiduría hacían que él imaginara estrangularla, pero tenía bien sabido que eso no era inteligente, todo habría colapsado si ella muere repentinamente, "ahora Ignacio, piensa en tu madre, ella era tan hermosa, débil, una prostituta que contrajo VIH, escúchala, ¿qué la devastó?, tu nacimiento, y te maldijo por todos aquellos años que a su lado compartiste, ¿quién fue tu padre? ... Interesante..." Y dentro de sus cavilaciones lo más horrendamente genial que podría haber planeado. 


Eran las tres en punto de la mañana, los guardianes de la noche se encontraban plácidamente dormidos, y la tienda de la chica se encontraba aislada y solitaria, entre la oscuridad, cerca, el río se escuchaba y la luz de la luna era mucho más brillante que en otras noches, en silencio logró entrar a la tienda, ella estaba recostada, encogida y suspiraba, Ignacio tomó su camisa y la puso sobre la cara de la muchacha, la sujetó bien de los brazos mientras ella se retorcía con rapidez, gritaba pero la camisa que llevaba en la boca la dejó sin respirar, la ató de inmediato amenazándola, tomándola de las piernas pudo sentir su piel fría y tersa, disfrutó cada momento, y miraba su rostro cubierto de sudor y lágrimas, "es hermosa" se dijo a si mismo, tenía el enorme deseo de soltarle y alejarse, pero siempre había terminado su trabajo, era hora de quebrantarla, y la sintió, ella se retorcía cada vez más y él no paró hasta sentir el último y único paso a seguir. La golpeó en la cabeza haciéndola desmayar, la desató y fue directo a su tienda, jamás había sentido remordimiento de un crimen, sin embargo el rostro de la muchacha se aparecía cada momento en su mente. Soñó que ella lo abrazaba y le decía cuanto lamentaba su desdicha, pero lo perdonaba, se alejaba y él sentado sobre una silla veía a su alrededor pequeños cocodrilos feroces que trataba de morderlo, y lo miraban con coraje, "lo pagarás"con sus ojos transmitían y del terrible sueño despertó.