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lunes, 9 de marzo de 2015

Sin presencia (22)

Capítulo 22

Lúbia, aquella razón por la cual estaba convencido de que el amor existe, que hacía a mi corazón saltar al escuchar su nombre, la persona que siempre esperaba mirar a los ojos, esa hermosa mujercita, no merecía nada parecido, era sólo una niña, y yo un maldito hombre cobarde; maldito por el simple hecho de que las circunstancias me vinieron a arrojar en el peor lugar de todos, en donde habitan los enamorados desdichados, pero no debería culpar a las circunstancias o a mi suerte, sino a mi mismo, por no haber hecho lo necesario para protegerla, estar con ella, y fue culpa mía que el dolor se introdujese ahora en su alma. 

Mi corazón se sentía destrozado, tenía que hallar la manera de encontrarla, y eso ella quería decirme desde siempre, su paradero, tomé la manta, la extendí sobre el suelo y la miré detenidamente. Concentrado en los colores y figuras que la componían, el sonido del teléfono interrumpió mi inspiración, traté de ignorarlo pero cada vez se escuchaba más alto, levante la bocina y una voz con tono dulce y alebrestado enunció las primeras palabras.
—amigo mío, estoy harta de las cartas... Anda y habla, que quiero escuchar tu voz—dijo. 
El corazón colapsado, los nervios erizandose, mi cuerpo no respondía, era un lapso ciertamente onírico, una felicidad habida en mi despertó en ese instante, su voz, esa hermosa voz, si en ese momento ella estuviese  frente mío, haría de lado la ética y los estatus sociales y la besaría desenfrenadamente en los labios, tomándole del cabello, no importaría nada, sólo ella y yo, emanando gotas de amor, aromas que inspirarían una pasión que nadie podría resistirsele, pero aquel encanto bifurcó en la realidad que no demoró ni un segundo para caer sobre mi.
—Si ¿Quién está al habla?.
—No dudaría que me olvidaras. 
—Lúbia... 
—Exactamente querido amigo, iré a la ciudad en algunos días, tengo que resolver asuntos internos, mis compañeros cada día colapsan— Sonaba tan irónica como para tomar en serio sus palabras, hablaba rápido y titubeaba en ocasiones.
—Lo siento Lúbia, pero ¿por qué haces esto?.
—Sigue la plática mi buen amigo, nadie sabe quien eres, mantente sin cuidado. 
—¿Cuándo llegarás?.
—Pronto, en dos semanas. 
—Muy bien, mantente alerta. 
—Siempre estoy alerta.
La llamada terminó, Lúbia tramaba algo, no regresaría, eso me quedaba claro, ella presentía el peligro, la amenaza constante de las consecuencias de sus actos, y sabía remediarlo era una mujer inteligente. 

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