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domingo, 5 de abril de 2015

Sin presencia (24)

Capítulo 24

Nos volvimos un par de amantes, Dalia comenzó a amarme y yo también a ella, más que amor al desnudo era cierta gratitud que nos teníamos. 
Nos presentábamos como novio y novia ante el mundo, paseábamos los domingos por la alameda tomados de las manos, bebíamos café en "El cordobés" o en ocasiones comíamos churros con chocolate caliente en "El moro"; ella me enseñaba de costura: bordados y tejidos. Nos besábamos como adolescentes conociendo al amor, pequeños besos dulces sobre los labios, la gente al mirarnos se enternecía y se acercaban a congratular la felicidad. Cada vez que terminábamos el amor, nos recostábamos a escuchar boleros, ella suspiraba y decía que nuestro amor eran boleros de amor, y los boleros tristes eran para los desdichados. 

Dalia cocinaba exquisitamente, sus hermanas decían que Dios le había dado ese don maravilloso, que además de bella, una cocinera espléndida, no usaba recetario sin embargo llamaba constantemente a su abuela por consejos. 
Aquel día que los chiles poblanos se cocían, Dalia estaba por elaborar el "capeado" y buscaba el batidor entre los cajones empero no imaginaba lo que podría encontrar, las cartas que escribía yo para Lúbia, se hallaban debajo de los cubiertos y su sexto sentido de mujer no dejó que la privacidad de aquellos aposentos quedasen intactos. Cada palabra animaba el ardor en su corazón, sangraba del alma, las lágrimas no tardaron en arrojarse sobre el papel, los chiles poblanos ardían entre las brasas y Dalia desapareció de mi vida; tan hermosa, inteligente, maravillosa mujer, que complacía a su merced, dueña de curvas de avispa, piernas regordetas y senos redondos y firmes. Dalia era una mujer que todo hombre desearía, en su rostro reflejaba su juventud florecida, rizos de topacio hasta la cintura y ojos claros como la miel, profundos y seductores; y labios carnosos, rosas como el salmón. 
Usted señor lector se hundiría entre su piel de perla. 
La miré por última vez y no dijo nada, agradeció la felicidad instantánea, no mostró ni un momento un gajo de melancolía o decepción, más que eso, me tenía lástima, me compadecía por estar enamorado de alguien posiblemente inexistente, tan inalcanzable como la estrella más lejana. 

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